En el fondo del área de producción se escuchaban agudas notas musicales, punteadas con ají picante y jengibre, deslizándose por toda la cocina como bailarinas excéntricas vestidas de multicolores atuendos, siempre nos invaden alegres, extasiado me entrego.
Ella viaja con melodías propias, y con voz altanera apuñala la danza de nuestras bailarinas, sangrantes caen hasta al fondo, confundiéndose con carne de conejos y ajos machacados, yo sonrío al reconocerla sabia e inequívoca.
De rasgos duros, andar lento y mirada terriblemente honesta, entra a mi oficina y lapidariamente dice: Buenas tardes señor, vengo a trabajar.
“Vengo de un pueblo muy lejano en el sur colombiano, frontera con Ecuador, he trabajado en muchas partes y la última fue en una casa de una familia que ya se fue a Europa, vivo en una casa muy humilde con mi hija y mis dos nietecitos, a mi yerno me lo mataron”.
“Mire mi señor cuando yo llegué a Venezuela, hace cuarenta años ya, me vine detrás de un hombre y lo que conseguí fue desgracia. Ese hombre era un borracho y un día vomitando se ahogó, no sé si agradecérselo a Dios”… Sonó mi teléfono y en medio de la llamada logré decirle, que se viniera al día siguiente temprano con el cabello muy bien recogido.
Esas palabras quedaron grabadas para siempre, en algún rincón de mi alma
Ya van tres años y aún “Meche” continua conmigo.
Ella no necesita atuendos blancos estrafalarios con botones tejidos, odia los sombreros que rozan el cielo, se ríe de títulos inmaculados y del látex que bloquea el sazón, con sus sesenta y siete años trabaja con un peso electrónico al lado y el libro de recetas, tiene la mente totalmente abierta y hace exactamente lo que le pido y de forma magistral. Meche da clases magistrales y se le para altiva a cualquiera con decisión y fuerza. La señora que friega no esta tranquila hasta que su última olla no esta limpia, el piso pulcro y las neveras organizadas.
De vez en cuando colocamos un ballenato y hasta bailamos juntos.
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